Fallece Antonio Bonet Correa

El pasado viernes 22 de mayo falleció a la edad de 94 años el historiador Antonio Bonet Correa, quien ha participado como jurado del Premio Rafael Manzano de Nueva Arquitectura Tradicional en varias ediciones.

Rafael Manzano escribió estas palabras sobre su compañero y amigo:

En memoria de Antonio Bonet Correa

Rafael Manzano Martos

En estos días, tristes, de aislamiento, soledad y pérdidas familiares, nos llega la noticia, dolorosa entre todas, de la muerte de un viejo y tierno amigo, compañero universitario y académico en tierras de Madrid y Sevilla, docente consumado, escritor fecundo.

Conocí a Antonio Bonet Correa allá por los años cincuenta y tantos, aunque ya sabíamos uno del otro por nuestros intereses artísticos y por nuestra relación profunda de discipulado con los grandes maestros del momento, Gómez Moreno, Torres Balbás, Camón Aznar, Angulo y Chueca.

Gallego por nacimiento y condición, era un poco hermano menor de José Manuel Pita Andrade y aportaba ya por entonces una novedad respecto a la mayoría de los estudiosos de arte, su profundo interés por la Historia de la Arquitectura frente a la común devoción de las Facultades de Letras por la de la pintura y la escultura. Traía de París, de la prestigiosa Sorbona donde fue becario al terminar su licenciatura en España, intereses por la Arquitectura española medieval, bebidas en los grandes hispanistas franceses, especialmente en Elie Lambert y su Escuela.

De allí trajo también a su bellísima y delicada esposa, verdadera compañera y motor de su vida. Bonet era una ventana abierta a Europa, frente al aislacionismo de los años más herméticos de la universidad española.

Creo que nos encontramos cuando buscaba como doctorando en Letras a alguien del gremio de la Arquitectura para ayudarle en los planos y dibujos de su tesis doctoral en la que, superando su pasión medievalista iniciaba la exploración de un territorio entonces nuevo: la Arquitectura Barroca Gallega del siglo XVII. La pequeña diferencia de edades lo convirtió enseguida en una especie de hermano mayor mío; compartíamos libros, obsesiones, incluso alguna malquerencia hacia Camón. Yo trabajaba como ayudante de Chueca en su gran Historia de la Arquitectura Española (Edades Antigua y Media).

Tras la jubilación y muerte de Don Leopoldo Torres Balbás, le sucedió Francisco Iñiguez en la cátedra de Historia General del Arte de la Escuela de Arquitectura de Madrid, actuando yo pronto como adjunto. Pero el éxodo de Iñiguez hacia la Escuela del Opus Dei de Navarra, justamente en un año en que un cambio de Plan había llevado la asignatura al primer curso de carrera, con un enorme aumento de la cantidad de alumnos, creó un gran problema de profesorado. Encargado yo de la Cátedra, llevé allí a un grupo de novísimos profesores de gran calidad y entusiasmo. La cabeza del grupo era Bonet, pero estaban también los jóvenes, Pedro Navascués, Víctor Nieto, y el no tan joven Miguel Molina Campuzano, que constituimos apretada piña con Chueca, quien con González Amezqueta se ocupó del curso superior de Arquitectura y Urbanismo.
En cualquier caso, una vez estabilizada la enseñanza del Arte en aquella Escuela de Arquitectura, una oposición llevó a Antonio Bonet a la Cátedra de la Universidad de Murcia, otra a Fernando Chueca a la Escuela de Madrid, y a mí a la de Sevilla, donde me he jubilado.

Pero el siempre inquieto Bonet, después de su breve periplo murciano, volvió a opositar a la Cátedra de Arte Hispanoamericana de Sevilla donde tuvimos nuestro largo reencuentro sevillano en vecindad y vida y amistad casi familiar junto con el boliviano matrimonio Mesa, también ambos arquitectos e historiadores.

Como arquitecto conservador del Patrimonio en la zona de Andalucía Occidental, me tocó proyectar la obra de restauración del Museo de Bellas Artes de Sevilla en colaboración con Antonio Bonet, que dirigió aquella institución hasta su marcha a la cátedra de Madrid, que dejó a sus alumnos de Sevilla por siempre nostálgicos de aquel maestro joven, abierto al mundo, que les hablaba del arte contemporáneo como del barroco en una universidad un tanto involutiva y anclada en los viejos cánones docentes.

Todavía volveríamos a encontrarnos por los mismos años en la Academia de San Fernando madrileña, de la que fue gran director, y uno de los que más pesaron en la integración en la vida y estructura de aquella Real Academia de los Premios Driehaus y sus consecuencias hispanas.

Por todo ello, las aulas de Historia del Arte y de la Arquitectura de Galicia, Murcia, Madrid y Sevilla lloran hoy las pérdidas de un maestro que supo conciliar el peso de su madurez y de su edad con la alegre fecundidad docente de su siempre juvenil atractivo.

Leon Krier, Antonio Bonet Correa, Richard Driehaus, Rafael Manzano y Leopoldo Gil Cornet tras el anuncio de la concesión del Premio Rafael Manzano a este último